Poética de la lectura/El Súperlector.
Por Randolfo Ariostto Jiménez.
Parte
2 de 5.
En general suponemos
vivir cuando en realidad rumiamos ciertos estados de ser, ciertas maneras de
pensar, como en un corral estereotipado de pensamientos, existencia enlatada en
la cuadratura del exterior, desgastamiento a oscura, sin el calor natural de
aquello que somos aquí, ahora, nuestro ser situado en el tiempo, presente
continuo disparado hacia todos lados. Súmesele la transitoriedad del instante, el
presente es un molino de instantes, la rueda en movimiento del ahora nos
mantiene braceando cuesta arriba en el constructo preestablecido por los
órdenes de turno. No hay descanse y respire, no hay un: analice lo que está pensando; solo: piense lo que le hemos dado,
en lo económico, cultural, político, religioso, oportuno salvavidas para
quienes disfrutan el mareado oficio de la pereza mental.
Para muestra lo
que hicieron las ideologías de dominio a la literatura estadounidense, y sí,
hablo de las sospechas de injerencia de la CÍA en el tipo de autores que eran
promovidos desde estamentos oficiales y la injerencia del partido comunista de
sus respectivos países en el Boom de la Literatura Latinoamericana y de los
talleres promovidos por las grandes editoriales, dirigidos a crear literatura al
gusto del mercado. En lo concerniente a estos talleres literarios, existen los
que son aupados desde el sector oficial, como un modo de prevenir posibles
enbestidas ideológicas desafectas a determinado régimen y los que son aupados
por la oposición. En cada país abundan talleres apadrinados por el oficialismo
y los que son levantados por el sector que le adversa en lo inmediato, otra
cara del mismo dominio. Pero aún en el caso que por desconocimiento de origen
se pretenda establecer un taller independiente, estos no podrán
evitar las influencia de los maestros o padrinos, lo que de por sí es una
garantía de dependencia, más que de influencia, que la habrá. A la fecha
ninguna universidad y ningún taller puede adjudicarse el haber formado un solo
artista, porque estos nacen de la interacción con distintos maestros, de ahí
que los más grandes genios ha sido siempre desafectos a la enseñanza
sistematizada o la han superado con creces al escapar del rebaño. Jesús de
Nazaret no solo fue el mayor maestro de todos los tiempos sino el más grande
cínico, porque enseñaba con la confrontación. Llevaba sus discípulos a las
sinagogas o al templo y entraba en disputas fríamente enchinchadas por Él con
los maestros fariseos, saduceos, herodianos y demás parcelas contrarias, para
que sus discípulos aprendieran antes que todo del sentido crítico necesario
para pensar, caso que no ocurría con las demás parcelas político religiosas de
su tiempo. Es por eso que Saulo de Tarso se convirtió en Pablo de Roma y los
ricos pescadores y cobradores de impuestos lo respetaron de inmediato, porque
el pensamiento de Jesús no temía a la libertad de análisis, sino que huía de
las reglas ortodoxas hacia las universales del hombre, hacia la creación de un
ser capaz de leerse a sí mismo en el otro, en el universo, incluso llamaba al
pecador y los confrontaba y siempre era el propio pecador quien tomaba la
decisión de sentirse en falta. Solo la interacción con la ideas de los
distintos maestros puede llevar al discípulo a la consecución de una mente
crítica, por eso un círculo de escritores llevará a la realización de obras que
no podrá un taller, porque entre escritores hay independencia crítica,
reflexión y la necesidad inherente a cada de uno conocerse a sí mismo, de poseer
una identidad propia.
Ahora bien, la
lectura trae a la superficie al hombre intelectual, si es que le muestran un hueco
por donde amanecer. No olviden que existimos en una concepción falsa de
nosotros y nuestro entorno, si se puede llamar existencia al estado virtual que
obnubila nuestras mentes poco habituadas a leer la realidad, apáticas a leerlo
todo, redargüirlo, cuestionarlo, reinventarlo en cada acto lector. Llamémosle
existir a medias y no se existe a medias, ni siquiera se vegeta a medias, existir
reclama que nos apoderemos de nuestra lectura del mundo, del día a día que nos
soborna con imágenes pueriles, luminiscentes, sobre el facilismo mental de la Era
de lo Inmediato.
No existimos en el
buen sentido del término hasta no ser capaces de leer aquello que nos impide fructificar
cuanto hacemos, colar nuestros pensamientos e incluso colar nuestras lecturas
previas para allanar una lectura nueva cada vez y aceptarnos a nosotros mismos
en estado primigenio, lo que somos sin más. El hombre cibernético no se
conforma con su situación, enfermo de degradación frente a su espejo, se ve a
sí mismo como un ser inacabado en el errado sentido de la inmediatez material, ansiedad
insaciable que lo lleva al consumismo y al exceso de comparación, esta última abordada
no para encontrarse a sí mismo, sino para ser a través del otro, ambiciona la otredad
como a un dios eternamente en menguado, en vez de ser con el otro, que es reconocer
y amar su mismidad, recurre al otro con recelo, en un acto de intromisión que
lo separa de sí mismo.
No obstante, la
lectura precede a nuestra visión de la realidad y por ende a nuestra versión de
la misma, porque su espació de dominio es la verdad, pura y simple, sin mácula,
y si bien el universo no deja de estar ahí porque no consigamos leerlo, la
lectura espera en cuclillas su turno al bate, algo que jamás cesa porque hay
más dialéctica entre la realidad y la lectura que entre el sol y las sombras. Ciertamente
la lectura acapara la realidad del sujeto, proclive a la creación de nuevas
realidades ya que leer es situar la realidad en esa existencia multívoca y polidimensionada,
ahondar en cada constructo que obnubila nuestros pensamientos como en un
matrimonio por conveniencia, entrega razonada cuya firmeza dependerá de
paciencia y parsimonia.
El acto lector se
empaña con la falta de práctica, en demasiadas ocasiones requiere tenacidad y
siempre debe actuar con caución; la mente humana, en el íncipit, padece con
dolor lo que más necesita. Debido a ello es que leer en realidad es leernos a
nosotros mismos, al entorno, dilucidar las lecturas previas en el fluir de las ideas,
reparar en los engranajes del sistema que invade nuestra lectura, entrever el
constructo que nos capta, a veces con promesas de clarividencias; distinguir cuánto
hay de nublazón en los sentidos, someter a juicio las verdades que antes acogíamos
con devoción de amante, desconfiar de la misma lectura hasta que el acto
lector, como un axioma, se eleve sobre un continente de lecturas, estampado
hasta el tuétano sobre lecturas pasadas y por venir. No es extraño que a tantos
les cueste disfrutar la proliferación de mundos que nos abre la lectura, pero
descuiden, hay paz detrás de las ideas, solo se precisa de práctica.
La buena lectura busca
el axioma y en consonancia orilla en una verdad que por universal reclama una
lectura extensa, descubriendo una nueva realidad tanto al lector lastrado de
pensamientos torvos como al más avezado acumulador de conocimientos. De la
batalla entre el pensamiento que se resiste a ser leído con eficiencia y la
lectura como acto acrisolador de la realidad surgen nuevos conceptos que
permiten no solo concebir nuevas ideas, sino recrearlas, a un paso del
advenimiento poético. De hecho la poesía, como acto creativo, no está limitada
al instrumento de la palabra, a los signos, como materia prima, sino que es el
resultado de la más excelsa lectura de la realidad, porque el
lector-poeta-artista, moldea su propia realidad.
Entre las
principales inquietudes del artista está crear obras de arte que el mundo
considere privativas de él, para lo que se vale de la creación estética desde
su óptica particular. Todo artista debe procurar una obra que por genial, o por
sencilla, solo él haya creado, como ejemplo: los que crearon la rima se ganaron
sus laudos miles de años atrás, toca a nosotros apropiarnos de nuevos envases
que encuadren el ritmo, de otro modo particular de expresar nuestro arte; si
alguien quiere hallar un camino distinto dentro de la rima, bueno, ese camino
ha sido recorrido por milenios, emprenderá una labor titánica. Recuerden que
Salomón dijo: nada hay nuevo debajo del sol, por eso recurrió a la poesía.
La poesía existe
para crear, para parir nuevas vivencias. De la poesía objetiva desenmarañada
por Einstein en La Relatividad General a la poesía subjetiva de Así habló
Zaratustra, de Nietzsche o Las flores de mal, de Baudelaire, se
requiere ahondar a piernas sueltas el lagar de las veritas tendido a nuestros
pies en la platea del cosmos. Ya dijimos que toda absorción consciente y
creativa de la realidad es lectura y toda interpretación de esta lectura
produce un acto, en otras palabras, somos lectura y signo, eso nos hace
humanos; dependemos de esta dialéctica para vivir y sin esta, en estado
consciente, somos respuestas automáticas y borreguitas, constructos manidos
ajenos a nosotros. Y, aunque nunca es bueno especular, quizá a nuestras múltiples
realidades se refirió El Dios de Nazaret cuando habló de
legiones. Ciertamente somos esclavos del de adentro, realidad que solo
alcanzamos a reconocer tras una lectura despierta, que incrimina la liviandad
de las doctrinas, capaz de sentar en el banquillo de los acusados a quienes nos
premian por el poco esfuerzo y nos conminan a creer por sobre todas las cosas. Aceptaré
todo de Cristo, con amor, incluso su cruz si me permiten creer con los ojos
abiertos y me dejan leer a la luz de un acto crítico y comparativo con las
doctrinas del orbe. Cada acto de fe es un paso hacia al abismo que devora como
llamas de un incendio a la cauta humanidad. Necesitamos leernos constantemente para
existir y para no morir lentamente de inanición mental. Lo malo de morir de
inanición mental es que alude a un proceso lento de esclavitud que afecta aún a
nuestros seres queridos. Existir es ser dueño de nuestra realidad como espacio existencial,
impedir que el enanismo intelectual nos subyugue en la inconciencia, o expresado
de otra manera, la eternidad radica en la singularidad, pero esta debe ser separada
de la mezcolanza doctrinal de las distintas sociedades.
La relación Lectura/Acto
de Habla tiende un puente a la relación Lectura y Poesía, y la de esta última
combinación es tan estrecha que bien podemos afirmar que el acto perfecto de
leer determinadas realidades conduce a un acto puro de creación artística, una
nueva estética capaz de azorar el mundo. En ocasiones somos golpeados por una
realidad plagada de lecturas ocultas agazapadas en nuestra sique, que solo
despiertan a una nueva realidad al confrontarla en el espejo de una lectura
eficaz. No es extraño que se hable de epifanía, misticismo, clarividencia,
iluminación, siempre que el intelecto es golpeado por una realidad que empatiza
de inmediato con nuestra concepción, que estructura la realidad en que nos
sentimos situados.
La lectura como
acto que precede a la poesía exorciza la realidad a costa de desmitificarla, extrayendo
la savia de un nuevo paradigma; incluso, exige un modo distinto de abordar la
realidad. La poesía es una nueva forma de leernos a nosotros mismos, a la otra
realidad adscrita a nosotros, un leernos en la realidad que nos encuadra. La poesía
es una relectura tan propia, singular, que solo admite nuestra lectura de
nosotros mismos en estado puro, rivalizando con ideas, conceptos, sistemas, paradigmas
estatuidos en un plano mayor del componente crítico. La poesía critica la
realidad en toda su pureza, no la admite por el solo hecho de ser, sino que
esta debe sobrevivir a la poesía, si es que puede. Se posiciona sobre una
amalgama de lecturas previas de la realidad, suerte de espejo en el interior, léase,
no desde el interior sino en el interior, para reflejarnos en sustancia, una
nueva visión de aquello que somos, totalidad que no admite reducciones. El
cosmos somos nosotros a través del ojo visor de la poesía, somos en el
exterior, léase, no por el exterior sino en el exterior, otredad y mismidad una
criatura. He aquí que me leo a mí mismo y me interpreto, someto las voces que
invaden mi lectura porque todas son mi voz, aunque solo una me interpreta.
La Lectura transustancia
el Acto de Habla; sustanciación y dispersión hacia todas las aristas del arte: pintura,
música, arquitectura, ballet, cine y una retahíla de otras artes más. En cuanto
al poema su coronación poética recoge el cosmos acá y acullá, su realidad, sus
yerros, que siempre serán los más, aquellos paradigmas y realidades que lo
conforman, porque no hay libertad en el interior a no ser por ese destello que
implica el acto poético cuando el poeta se lee a sí mismo. Su cara frente al
espejo mostrará el rostro que más desagrada a su lectura de la realidad o de lo
contrario su poética surgirá natimuerta por nacer sujeta a lecturas erradas de
sí mismo. Solo la humildad, el reconocimiento de sus imperfecciones rescatarán
la belleza del poeta, de su Yo reflejado en sí mismo y en el resto. La poesía
salva al lector/poeta de la lectura que hace de sí mismo porque lo rescata de
esa vorágine de realidades que les son ajenas en su mismo interior, o que le
son internas en el exterior. El cosmos poético no conoce la diversidad
sustancial, no hay separación, ni razas, ni elementos diversos, el poeta es uno
con el cosmos, el cosmos es una unidad embutida con piezas indisociables.
La poesía implica la
existencia misma para el lector suspendido en el tormentoso dispendio de
sistemas que pueblan la lectura, una vez que acierta en la realidad, que
despierta por primera vez al soliloquio de su interior, que descubre que solo
con él mismo, incluso reflejado en otras realidades o leído en otros textos, es
posible la comunicación creativa. No hay quietud en la lectura de la realidad,
no hay un banco para el solaz antes del entendimiento. A la lectura de la
realidad solo hay invitación para la nuestra, la realidad no cede puesto a lecturas
erradas. No obstante, la era de la información semeja una era de señales de
humo con la peculiaridad de que hay humo de todos los colores y el fuego que humea
se reviste de espectacularidad. La poesía, con todo y su carácter inefable,
depende de la lectura para sorber la realidad.
Llegar a la poesía
por la vía sicodélica, el alcohol, el libre fluir de la conciencia, si bien ayudaron
a nuevas lecturas y nuevas formas de tocar la creación en un momento dado, funcionaron
mientras persistió la novedad, porque la poesía no se trata de modos, ni
destinos, el ser humano no aprende a leerse de determinada manera, ni con
determinada finalidad, como en la frase cliché, el destino es el vehículo, no
hay una meta en el frente, el destino es la lectura que lleva a la creatividad
del mismo modo que la creatividad exige una lectura esencial, de allí que
algunos asignen a la poesía ese errado carácter de irracionalidad y visión determinista,
pasando por alto que los locos y los visionarios la padecen por igual; los
primeros en estado surrealista, los últimos en un objetivismo medular, mas, por
el contrario, la poesía es creación constante.
Si bien en
ocasiones la creatividad aflora en la locura, no implica un fenómeno inherente,
como tampoco los visionarios pueden empezar a vender fórmulas teleológicas al
por mayor, por más libros Paraidiotas con supuestos atajos
para alcanzar sueños que se publiquen. Ser
visionario funciona para el sujeto que enfrenta su realidad con la meta en lo
que desea alcanzar y podría servir para cambiar un paradigma en particular; pero
como en el huevo de Colón: después que alguien encuentra el modo ahí acaba la poesía, porque la poesía no
persigue un objeto dado, no es un texto prescriptivo para la consecución de un
ideal, la poesía es un río de arena movediza que se hunde hacia arriba, o mejor
dicho, una bipolaridad hacia adentro y hacia afuera. Mientras los visionarios
transgreden la realidad misma, y en ello hacen bien, no son conscientes de la
encomienda poética de leerse a sí mismos para leer el mundo, su lectura del
mundo es una fijación que no logran apartar de la que subyace en ellos como un
don, pero es demasiado objetiva, fija, tanto, que fragmenta en un objetivo
particular la universalidad de su lectura del cosmos, de ahí que a más grande
la capacidad de leer el cosmos del visionario, mayor se considere su brillantes,
pero nunca su poesía.
Si el intelecto es
capaz de leer distintas realidades sin importar los desafíos que estas le
planteen, el lector poeta es capaz de atrapar el cosmos en su vastedad sin
importar su rareza por considerarse parte de él. El de los locos parece ser el
estado poético natural, en toda su pureza, pero al carecer de la capacidad de razonar
no se puede hablar de que se lean a sí mismos, transgrediendo esa exigencia
poética. Como se ha dicho, lectura y poesía hacen más que interactuar en la dialéctica
de la creación; a fin de cuentas, crear no es siempre interpretar una realidad
objetiva del cosmos, sino reformular la realidad del ser humano desde el punto
de partida y hacia el punto de partida de él mismo, un todo ontológico sin
final ni principio. Lo exterior del ser humano está ahí en las estrellas, solo
necesita ser consciente de que no existe divergencia entre hombre, cosmos,
naturaleza, ente, materia y tiempo. La
lectura debe desentrañar ese Uno Mismo oculto en los pliegues de
la realidad del cosmos, del pensamiento extraño, rescatar su singularidad, y
por qué no, su simpleza, su levedad, su irracionalidad de emisario de ausencia trastocándola
en presencia. Es crítica, reflexiva, al desembocar en acto de habla, deviene en
acto leíble, dialéctica del ser humano en definitiva, puente infinito a la producción
de imágenes que tomaremos más adelante. Por eso la escritura es el envés de la
lectura, porque nos permite reflejarnos en ella como en un instante eternizado mientras
distinguimos influencias de otras lecturas por esa cualidad de leer para poder
leernos, ser leídos para leer y leernos para vivir, ayudándonos a indagar en el
lugar más oscuro, inhóspito e incomprendido de todos, el interior de nosotros
mismos.
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El autor es editor de RCA.
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