Poética de la lectura/El Súperlector.-Parte 3 de 5.
Por Randolfo Ariostto Jiménez.
La
lectura como reflexión del signo escrito no dista de la lectura que hacemos de
nuestro alrededor, si bien es cierto que esta última, como acto que debe ser fomentado
por la sociedad, atraviesa la peor crisis de la historia a causa de la
exteriorización del ser humano, de su alejamiento de sí. El primate que inició
todo necesitaba comprender el medio para comprenderse a sí mismo, el hombre que
amenaza con terminarlo todo busca comprender el medio para alejarse de sí
mismo. Por doquier se crean realidades ajenas a lo que somos en el interior, deponemos
la lectura de nosotros ante una que en nada compagina con la realidad, tratamos
con desesperación de ajustar otro Yo al que somos en esencia.
No
leemos, la humanidad suplanta la lectura con falsas panorámicas aquí y allá, muchas
de las cuales superpuestas hasta el absurdo y asimiladas con fruición, porque
así es mejor, por aquello de ser lo que quisiéramos, nada que ver con
lo que somos, privilegiamos al hombre inventado por la sociedad, o el que nos
inventamos a nosotros mismo que no es muy distinto de la entelequia social, con
el fin de sobornar una realidad que nos delata. La extinción del Yo obedece a una
lectura que transgrede toda posibilidad de ser real y como embotamos nuestra
facultad de leernos, cercenamos el espacio de la creación relegándola a la
practicidad artesanal, artilugio hábil en el pasado para promover los primeros
artistas, pero más cercano a la manufactura mecánica del ingenio inmediatista,
tan alejado de la parsimonia del genio.
La
delgada brecha entre la realidad y el aspecto superficial que nos ofrece la
época presente se ha degradado hasta lo etéreo, cazar un instante de realidad
se ha tornado una disciplina violenta en lo que a creatividad se refiere. Distinguir
la paja del arroz es duro cuando el arroz es amarillo. Debemos ser lo que somos
para ser lo que debemos ser y no ser lo que hacemos para que el hacer quede
supeditado al ser. Si aprendemos a leernos sabremos lo que debemos ser y no tendremos
dificultad para encontrarnos tal cuál somos en la otredad. El otro sin nosotros
siempre nos parecerá superfluo al confrontarlo en el espejo de la soledad que
subyace en nuestro interior.
Hagamos
el ejercicio de leernos en la realidad exterior, doquier podamos; la lectura
agoniza en la inmediatez, la brevedad del signo la coarta, cegándola con símbolos
cuyo arte es reducido a luces brillantes en un efecto análogo pero de resultado
inverso a los primeros rayos que asombraron el orbe asustando a nuestros
ancestros primates, como si el acto de la lectura en su camino a la poesía
pasara a ser un estorbo en nuestra huida de la realidad, con el absurdo de huir
de la realidad nuestra a la realidad del otro, proyectando una imagen falsa de
quienes somos no para centrarnos sino para encajar en la futilidad exterior. Somos
escapistas profesionales, la lectura es para locos, proclamamos
en nuestro estado de enajenación, como simios, cubiertos de páginas digitales como
de hojas de plátano en una jungla; recorriendo la era de asfalto y apenas
levantando un poco la mirada cada que chocamos con los otros simios de la red.
Huimos hacia afuera para ocultarnos de quienes somos, avergonzados de nuestra
responsabilidad en la creación del lerdo que oculta el antifaz. Fingimos que
escapamos de la realidad cuando en realidad lo hacemos de nosotros.
Nos hacemos
a la idea de engañar la sociedad mediante vanas desmitificaciones que no pasan
de la novedad del momento y acaban en oropeles de valor efímero sustituidos por
el siguiente oropel de la pantalla, para sentirnos mejor con nosotros mismos y
ciertamente no engañamos la sociedad porque nos ha estado ofreciendo cebos que
mordemos como inocentes carnadas, con la salvedad de que la sociedad reproduce
el mismo patrón como una prisión dantesca, y para colmo de falacias muy en el
fondo lo sabemos; lo que nos conduce a la ansiedad que aludimos páginas atrás, al
vacío, al desasosiego, la angustia y demás patologías existenciales a falta de
encontrar respuesta a la pregunta capital: ¿quién soy? Ninguna pregunta debe
importarnos más que conocernos a nosotros en esencia, porque una vez que
sabemos quiénes somos, existimos a conciencia y nada debe importar más al ser
humano que una existencia consiente, despierta, que nos permita aceptar lo que
somos y trabajar o hacer arte o lo que fuere en función de ello, ya que quien
no se siente a gusto consigo mismo no se ha encontrado en sí mismo. Resultaría
antinatural que una persona no se aceptara una vez que se conoce a sí misma,
porque somos lo que somos en esencia y la esencia no puede negarse a sí misma,
toda decepción de nosotros es un producto de una gran falta de
autoconocimiento.
Y continuamos
huyendo de la lectura que nos hace humanos, que nos provee herramientas para
ser quienes somos; la lectura consciente de nuestra realidad, la que nos
reclama en el interior para fructificar, para poetizar el mundo, para dejar de
ser una invención social, huimos de la lectura porque tememos saber quiénes
somos y porque la asumimos como una responsabilidad. Sí, es placentera la
vagancia, el desconocimiento, soñamos con otros que vivan nuestras vidas por
acomodamiento a la Ley del Menor Esfuerzo y terminamos con el cerebro de una
piedra, intelectualmente hablando, por desuso.
De no
volver el rostro a la lectura, de no empezar en algún punto del ahora a enseñar
a leer el mundo, la humanidad retrocederá a estados irreversibles de idiotez,
sin escrúpulos, al imperio de la horda;de hecho, ya se ven reflejados los
primeros signos de canibalismos: el bulling, propagado cual cáncer, el cerebro
fofo y rumiando signos, gritamos como primates, con emojis orales que imitan
perros; como locos, criaturas mudas que mugimos, idiotas por decisión propia,
sordomudos funcionales que al parecer no recibieron lecciones de lenguaje de señas.
El abuso del grito es el primer indicio de enajenación, gritamos sin peligro,
gritamos en la celebración, con sorna, por ociosidad, gritamos sin explicación
y lo justificamos para que no se arrime por aquí el estado de conciencia. Gritamos
como monos en vez de saludar, creemos que nos burlamos de los demás sin
percatarnos de la fruición cerebral, del placer del rebuzno animal contrapuesto
al empleo acertado del lenguaje que consideramos cada día más ceremonioso y
pesado de llevar; incapaces de ponderar cada acontecimiento que afecta la realidad
con una comunicación argumentada, establecida con los procesos que hacen del idioma
el gran portador de culturas, transportador del intelecto.
Ante el
asombro, la duda, la sorpresa, el cerebro responde lento al esfuerzo de
aprender a conversar civilizadamente porque faltan signos que solo provee la
lectura, falta el argumento de quien mira el mundo para algo más que buscar un
escondite dónde explayarse a chatear. Gritamos como primates al percibir las
emociones por la carencia de respuesta lógica, el pensamiento sistemático pierde
su lógica y con ella su capacidad de sistematizar ideas o imágenes.Y luego decimos
con orgullo que los que leen son unos locos, viciados del enanismo mental que
inicia como inocente apocamiento de las palabras y acaba por sustituir el
lenguaje. El pensamiento se fracciona cual cubo de rubik sin defensa ante el
desbarajuste. El racionamiento muere y con él la verdadera realidad, somos
impostores de nosotros mismo y quienes fraguan el plan no tienen idea de que son
tensados en su propia red.
El mundo
se cubre de brumas a causa de la ignorancia. La muerte del Yo real promueve una
existencia animal, vuelta al grito como antesala al éxtasis, creyendo que
evolucionamos, durante la caída intelectual. Conforme abandonamos la lectura
nos separamos de la poesía; como habíamos adelantado, la creatividad se ve reducida
a la falsa premonición de ingenio de la generación informática, cercana al
ingenio de los inventores profesionales, a los que incluso remeda. Confundimos
el simplismo con vanguardia tecnológica, la tecnología con sabiduría, la
posmodernidad con iluminismo, la inmediatez con eficiencia, la comodidad con
buena vida, el ciberespacio con un refugio, el desapego con cordura.
La rara
sensación de sabiduría que nos aflige en cuanto asoma la conciencia no es más
que el aleteo de la depresión a la luz de la realidad, por exponernos a su
soledad vivencial del modo más desarmado, el que nos muestra un mundo prefigurado,
adverso a la verdad, a la verdadera realidad. Por otro lado, la ausencia del
acto lector ya no apunta a la muerte de la humanidad, sino a la de todo el
planeta. Probablemente nunca haya existido otra especie a la que le cueste
tanto entenderse a sí misma, llevándose entre sus pisadas el sosiego del orbe. A
todas luces la simpleza de entenderse a uno mismo resulta más idónea que el
exceso de información sin orden lógico que impera hoy día.
Precisamos
cultivar y fomentar mayores niveles de inteligencia lectora que nos permitan
mejorar el triste espectáculo social que nos reduce a la muerte racional y
biológica. Obviamente no sugiero un destino para la humanidad en el que debamos
ser absorbidos por la tecnología y detentar cuerpos robóticos que creen las
obras de arte, la ciencia, la tecnología, y que mejoremos la sociedad hasta el
día luminoso en que acabemos desarrollando un tipo de inteligencia artificial
que nos lleve a prescindir de la muerte al estilo Ciencia Ficción, ya que eso
no sería destino y de haber destino sería un punto al que se iría por fuerza; y
si mal la falta de lectura nos sujeta a una obediencia ciega de paradigmas y
normas, no debe ser así por fuerza. El destino de la humanidad somos nosotros,
el destino es nuestra lectura de la realidad, pero deambula dentro de cada uno
al alcance del peor tirano, la conciencia ciega por la falta de lectura.
La
muerte del inconsciente se expande cual lava en nuestras neuronas, sin
ofrecernos la confrontación entre lectura e inconsciencia, sino avance letal,
al pendiente de cada acto para alejarnos de una sana reflexión que nos permita leernos
a nosotros mismos y analizar, fructificar, recrear, poetizar nuestra realidad,
que es el modo de expandir el cosmos.Vivimos enfermos por necesidad de lectura,
cuando no, leemos mal; el acomodamiento nos arranca la libertad de disfrutar el
cosmos de conocimientos inefables que pueblan el intelecto y la razón.Y es peor,
ya no parecen interesar la razón y el saber, las denostamos, unos más que
otros; sin comprender la magnitud del daño, como un alcohólico que desconoce el
flagelo de su esclavitud hasta cuando es tarde. El cerebro, pese a estar
capacitado para procesar las incidencias de la realidad, la historia lo ha
demostrado y lo prueba la ciencia, y degustar el arpegio del buen sentido,
siente un placer denodado en el relax, a falta de que se le cultive como huerto,
con buenas maneras, buen arte, buenas lecturas de las que fomenta la
creatividad y el desarrollo intelectual.
El
cerebro está al tanto de los beneficios que le reporta leer un libro, leer los
árboles, leer el trasiego de la cotidianidad, el discurso de la vida y
desentrañar qué hay en ella de banal o de buen juicio, y no es que le falte la
voluntad de conocer, pero las dendritas sucumben a rumiar ideas coladas por
otros cerebros por fuerza de costumbre, facilidad acomodaticia de procesar lo
conocido, por apropiación de antecedentes como cookies, sin la competencia que
le aportaría la buena lectura, donde cada idea para ser aprobada debe portar
una carta de intención, la nacionalidad de su corriente de pensamiento, el fin
último de sus tesis. Por eso los sectores dominantes han sometido el gentío a
lluvias de conceptos de piel grasosa, con pasaportes diplomáticos, que por lo
común traspasan ideas de dudosa filantropía, las que asimila la criatura
desapegada de lectura que somos. El cerebro nació con la predisposición a la
lectura, cual tabla de absorción, que es lo opuesto a una tabla
rasa, ya que solo se puede absorber aquello que puede ser digerido y
una tabla
rasa no podría digerir debido a que todo le sería extraño.
Ahora
bien, la realidad se resiste a ser leída camino a la creación poética, ya que,
como quedó dicho, la peor de todas las realidades es aquella que ataca desde
adentro, disfrazada de presencia familiar, teñida de voz propia, agazapada en
nuestra conciencia como un Yo. Son diversas y esquivas las realidades que
asedian en las interioridades del pensamiento humano, ya por influencia del entorno,
incluso, por fijaciones propias ataviadas de asunto pendiente desde la infancia
y a medida que del exterior confluyen nuevas realidades más proclives a
claudicar se torna el cerebro, es decir, más propenso a acatar realidades
sucedáneas, sin someterlas a reflexión y juicio crítico.
Hoy
día la lectura se enfrenta a mayores ataques por parte del pensamiento mediático,
la lectura acomodaticia que brinda vagancia al cerebro, la idea pueril de la gran
vida, pero no hay bonanza en la vagancia de las ideas. Debajo del agua mansa
que nos ofrece la realidad rápida en que vivimos hay lentitud de muerte cerebral;
más allá de lo virtual, y no limitado a la idea de internet, se enfría la reflexión,
oscurece la creatividad, falta oxígeno para distanciar lo real de lo ilusorio,
profundidad de muerte en el balido del borreguísmo. La multitud es la cara en
serie que nos separa de nosotros mismos, solo la lectura provechosa nos separa
de caer en el molde simplista que nos ofrece el mercado, en los modismos, luces
y lentejuelas de eutanasia mental, de cara al silencio desesperante de la
poesía. La poesía es ese peligroso acto creativo que atenta contra la futilidad
y la vanidad del mundo, de ahí lo fácil que resulta difuminarla en la sique del
populacho, convencerlo de exclamar: eso es indescifrable, solo para locos y
criaturas repugnantes de las que se debe huir a riesgo de terminar como ellos.
Es el parto de una creación sin importar el tipo de arte. Al parto poético concurre
como contraparte la lectura de determinadas realidades, acto perfecto de
reflexión enfocado en el enriquecimiento humano. Algunos conquistan estadios
poéticos a través de la ciencia o de la relación con su entorno, es evidente
que la lectura alcanza el punto de perfección cuando asciende a acto creativo. Toda
lectura debe al menos extraer una idea acicalada en el mejunje de millares de
ideas preconcebidas, ya sea porque rompa con el paradigma social para forjar
nuevas ideas, u objetos, o porque nos permita visualizar otra concepción del
mundo. Por eso la poesía gusta de los locos y los visionarios, sin ser exclusiva
de tales afortunados.
Puede
que lo parezcamos, pero no somos ángeles, no venimos a proteger patrones
celestes, ni a cantar las loas de un Dios solitario; somos parte integral de
este universo a través de tantas partículas y polvo de estrellas como los que
relucen en el cosmos. Hasta que no forjamos poesía somos remedos, organismos
entronizados en la rutina de un universo que aborrece la estatidad. La poesía
nos vivifica, nos torna auténticos para poder existir, la autenticidad nos vigoriza;
la monotonía del mundo nos lastra con gusanos, perdón, con apócopes que
carcomen la inteligencia. No hay nada nuevo bajo el sol para
el que no crea, solo la lectura nos ofrece recursos inextensos para alcanzar el
acto creativo. Incluso del lenguaje no hablado surge el acto lector como barro
para la oralidad. La poesía es la vida como la soñó aquello que fuimos antes
del primer despertar, cuando éramos paz de los sentidos, esperma de este estado
virtual.
Leer
es buscar la poesía en las gotas de universo que fluyen desde un todo por
razones que tenemos derecho a saber. Poesía no es combinación de palabras, poesía
es creación seria, del mismo modo que leer no es enlazar palabras por esfuerzo
mecánico, sino desentrañar la vida en la plenitud de los sentidos para crearla a
nuestro modo. A veces la creación amerita ser parida con dolor, pero al final
será un maestro silencioso que nos gritará para siempre.
Continuará la próxima semana…
El autor es editor de RCA.
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